lunes, 28 de abril de 2008
Spotlight: Boris y Me'Shell Ndegeocello
Hoy que tengo tiempo quiero pasarles dos nombres que en mi mente inspiran cosas chidas. Estas bandas no podrían ser más distintas, pero tienen algo en común: me prenden como a una quinceañera en su cumpleaños. Como de ahí no pasa una comparación viable, les contaré un poco acerca de cada una y qué es lo que las hace tan chidas.
Boris es un grupo japonés formado a mediados de los noventa cuyo primer disco fue Absolutego, publicado en 1996. Estos vatos, desde mi punto de vista (de quién más, verdad), son como un emblema del rock. Haciéndole a los tiempos extremadamente lentos y un sonido de guitarras literalmente pesado (no se asusten, no es ese pesado del hardcore y del metal con el que convencionalmente se asocia la palabra, más bien, es un pesado que se siente como si cargaras quién sabe cuántos kilos en los hombros), Absolutego es un viaje pasivo-agresivo de una sola rola que dura poco más de una hora. Esto es la verdadera respuesta al rock pesado más común de esos tiempos, todavía nutrido por Metallica o, si nos va bien, por Pantera. Es, tal vez no tan curiosamente, una respuesta configurada por el rechazo de los años 80 desde una posición de remembranza de la década de 1970, sobre todo dirigida hacia Led Zeppelin, Hendrix, entre otros que no se. Si bien esto se ve reflejado hasta en bandas como Nirvana, en general lo que se recupera es el sonido particular de la guitarra, el espíritu del punk muerto desde principios de los 80, y el modelo rockero de canciones concisas, precisas, y significativas (no más glam, no más "hair", no más pendejadas). En otro ámbito menos conocido, Kyuss y grupos similares recuperan un aspecto psicodélico aunado a aquellas bandas que dieron los primeros pasos en el rock pesado, entre las que encontramos igualmente a Zeppelin, a Black Sabbath, Pentagram, Deep Purple, y la Flower Travellin' Band. Listados como este nos sirven solamente para ver qué chingados están escuchando estos weyes. Así entra en escena Boris, recordándonos que el mundo, producto de nuestra mente, se acaba para mañana, y en lugar de correr disfrutando de los últimos momentos con los pajaritos y el arcoiris, hay que acoger la destrucción, poner cara de malo con cigarro en mano, y decir "Fuck yeah".
Pero eso no es todo. A los weyes de esta banda les gusta cambiar de tono de vez en cuando. Discos como Heavy Rocks y Pink contrastan un sonido netamente rockero y rápido, inspirado en las bandas arriba mencionadas, con sus demás trabajos, más severos, más doom. Me disculparán por usar términos raros, pero es que el asunto tiene tantas vueltas que ya es hasta auto-referencial. Algún día podré salirme del relajo, pero mientras, les sigo diciendo que esta banda en ocasiones hace uso de una forma ruidosa y disonante, al igual que voces de japonés drogado que le dan a la experiencia un sentido de pesadez larga pero chidamente incómoda. Dan una media vuelta en discos como Rainbow, en el cual, junto con el guitarrista loco Michio Kurihara, hacen una exploración del rock psicodélico que bien podría suscitar comparaciones con Acid Mothers Temple o con el Pink Floyd de Piper at the Gates of Dawn. Con estas palabras como simples sugerencias, he aquí el sitio de la disquera a la que están firmados; pueden escuchar algunas rolas siguiendo los vínculos de cada album.
La siguiente artista de la que quiero hablar es Me'Shell Ndegeocello. Difícil de categorizar, esta bajista nacida en Alemania y criada en Gringolandia hace música a veces simple, a veces compleja, pero siempre con una carga espiritual muy fuerte. Con esto me refiero a que se nota en todo momento un pathos ya no sólo retórico que apunta directo a la cabeza. Porque cuando canta "listen to the angles sing / you make me feel beautiful" en su "Love Song #3" se me enchina la piel y me pierdo en el recuerdo de amores pasados, a pesar de haber leído o escuchado cosas muy similares ya cientos de veces en otras canciones y quién sabe cuántos libros. Tiene muchísimos discos, pero los que me re-rayan son The World Has Made Me The Man Of My Dreams, Comfrot Woman, y Cookie: The Antrhopoligcal Mixtape. El primero es el más reciente, y es con el que me introduje a la música de Me'Shell. Es también, sin duda, mi disco favorito del año pasado. Lo he escuchado ya numerosas ocasiones y en prácticamente todas he encontrado detalles que aunque sean pequeños me hacen volver y volver. Con una rola introductoria como "The Sloganeer (Paradise)", motivada por una beat box que parece sacada de un disco de Big Black, repleta de electrónica y una gran energía desenvuelta a través de la voz (también pasada por las armas de la compu), el disco se pasa demasiado rápido, aún con las más tranquilas piezas de reggae y soul, que a curiosamente huelen y saben a rock alternativo. El eclecticismo de esta mujer no es del pasivo y referencial, no es del que corrientemente se oye en Café Tacuba o esas bandas japonesas medio chafas como Naan en las que el elemento "folclor" está claramente distinguido del resto de la canción y que a nuestros oídos funcionan más bien como citas. Me'Shell lo aborda activamente: en "Article 3" los cantos de inspiración africana se funden con la guitarra jazz-rockera de Pat Metheny, guiados por un ritmo casi de dance-rock que en dado momento se deconstruye y pone énfasis en lo relativamente acelerado de la canción. Está en el límite de la sutileza; todo suena coherente y perfecto. Aislar cada parte no nos da nada autónomo, a diferencia de los resultados que comúnmente obtenemos de los ya mencionados artistas que le entran a la "fusión" de géneros. Y sí, los estoy degradando por no tener imaginación o la suficiente destreza para hacerlo mejor; existiendo artistas como Me'Shell, se les acaba el pretexto bien pinche rápido. Comfort Woman es un buen viaje de R&B entintado de jazz, pasando por las obligatorias canciones de reggae y soul llenas de tristes aspiraciones y agridulce esperanza. No me canso de poner "Liliquoi Moon", un chidísimo ejercicio de quietud-interrupción bluesera, y las distintas "Love Songs", simplemente hermosas. La chica de mis sueños se va a hartar de tantas canciones de Me'Shell que le voy a dedicar. Lo peor de todo es que hasta bailar podemos. Cookie, además de tener todo lo necesario para ser un disco de hip-hop, del mejor orden con todo y sus ritmos desacelerados, tiene rolas como "Hot Night" que podrían pasar fácilmente en cualquier compilación de acid jazz de nuestros tiempos.
Las letras de Me'Shell están hechas, muchas veces, en tono de protesta política. No se salva nadie. Lo más curioso del asunto es que, como en el blues de antaño, tienen igual importancia tanto el modo de llevar el mensaje como su contenido. El puro sonido de la voz es a veces suficiente para prenderme (me derrito en "Lovely Lovely", de The World Has Made Me...), pero combinado con el mensaje, como en la ya mencionada "Love Song #3", me voy, me voy del mundo, compañeros. Creo que Me'Shell no dejará de impresionarme en mucho tiempo, y como seguramente habrán notado, podría casarme con ella hoy mismo. Soy fan, aunque confieso que uno de sus discos, Dance of the Infidel, me pareció terriblemente aburrido y de mucho más baja calidad que sus otras obras (hay hasta un cameo de Kenny G en una de las rolas, for fuck's sake). No importa. Escúchenla, y sean felices. O no. Cada quien con sus pulgas. Al menos podrán apreciar por qué el eclecticismo, bien fundamentado, funciona super chido. Me encuentro en proceso de bajar su primer disco: Plantation Lullabies. Ya les contaré cómo me fue. Me gustaría poder decirles más, y convencerlos totalmente de lo chingona que es esta mujer, pero se me acaba tanto el vocabulario como la aptitud musical y todo se queda en una frustración gratamente emocionante. Whatever. Bajen los discos, y no me cuenten lo que piensan, porque si no les gusta, me la van a bajar del pedestal en el que la tengo, y voy a tener que destruirlos. Es por su bien, amigos, es por su bien.
Vínculos para piratearse los discos for the win:
Me'Shell Ndegeocello: The World Has Made Me The Man Of My Dreams
Boris: Absolutego
Boris: Heavy Rocks (parte 1)
Boris: Heavy Rocks (parte 2)
No pude encontrar más discos de Me'Shell en los sitios de hosting masivo, pero están casi todos en Soulseek, o si quieren, yo se los paso. Disfruten de la música, y "listen to the angels sing"... espero que les sea de su agrado.
jueves, 10 de abril de 2008
Un artículo
Miren, encontré este texto en una página y se me hizo interesante. A lo mejor y les gusta, está cool. Es acerca del punk en Inglaterra. Yo no sabía nada de eso, y cuando escuchaba el London Calling no sabía bien a bien qué chingados estaba pasando. Y menos en Nevermind the Bollocks. Lo atribuía a la locura de sus tiempos, pero pues ahora ya se un poco más... por lo que los volveré a escuchar. hehe...
Aquí está el texto.
Está en dos partes, pero ahí mismo pueden encontrar la segunda en el menú de la derecha. Enjoy!
Aquí está el texto.
Está en dos partes, pero ahí mismo pueden encontrar la segunda en el menú de la derecha. Enjoy!
sábado, 5 de abril de 2008
Hoy, ayer, y un día antes de eso
"The Construct" estalla súbitamente en las bocinas: una ola tras otra de agresivas insinuaciones hacen de mi mente un despertar sobre el pavimento, en pantalla, al volante, a media guerra. Volteo y en la ventana no hay más que metralletas; los árboles del parque rugen y respiran color negro. Una voz solemne y grave me habla en la chocante lengua de los faros que en la noche mi rostro iluminan, no le entiendo nada y nada es lo que significa. Pronto se escurre su ausencia entre mis labios y en mi pensamiento crece no una flor sino una hermosa serie de piezas de acero que adornan el paisaje y lo vuelven mío... sólo mío. En el incesante martilleo del ensamblaje hay paz, hay armonía, hay ideas que en esencia son el puro aquí y ahora. Triunfal y libre, marcha sobre mi consciencia destruyendo cada muro, cada frágil visión en el espejo acribillada por su rifle, siempre apuntado al frente, al horizonte, al engañoso fondo iluminado de la penumbra que me llama. Disonancia como orden, asalto perpetuo del oído como única vitalidad. Dramáticamente acaba con un oxidado panorama trazado en ángulos definidos a la perfección, sobre sus hombros cargando mi mente entre suspiros electrónicos. Mountains Became Machines, dice mi reproductor de música. Lo apago y me voy a dormir. Sueño con la ciudad, y en ese sueño espero ansioso el día siguiente.
La hora me tiene sin cuidado. Hay sol y en mis oídos canta no sé quién con una cierta delicadeza masculina. La edición del audio es como de hace treinta años; se nota en ese leve crack que perennemente cruje al dar cada instrumento cualquier nota. La guitarra se desplaza con precisa lentitud sobre un plano de tranquilo misticismo y se hace romántica, sumergiéndome en un disfrutar puro. Es similar a una intoxicación extasiada donde todo ese sonido se hace uno, inseparable, indistinguible, bajo, batería, teclado, lo que sea, como sea, ya no importa más, ya no se oyen más. "Hazy Paradise" es exactamente eso, y nada. ¿Para qué quererlo? Está ahí, eternamente inaccesible... pero yo lo siento. No lo vivo, es imposible, pero sí puedo vislumbrarlo con la mente, con el corazón, con un tercer ojo, no lo sé. De cualquier manera es un esfuerzo inútil. Me dejo llevar, recreando aquellos tiempos en los que Jimi Hendrix se postraba frente al cielo y frente a nadie. Con la cabeza colgando al aire en cámara lenta, miro la fecha de la pieza. 2004. La banda es Ghost, Japón, Hypnotic Underworld. ¿2004? ¿Japón? ¿Qué carajos? No es una banda de revival, no se dedican a los covers, a la nostalgia. Es curioso. Retoman algo de principios de los 70 y lo traen al ayer. Los 80 están ya (o todavía) lejos, y hoy es un buen día de 2004, con música de 2004, con gente de 2004. Claramente no siento lo mismo que algún superviviente de esa época de los 70, que recuerde con pasión aquello que escuchaba con la misma vitalidad que lo condujo a abrir los ojos ese día y dejarse llevar hasta el fin del universo. Pero en algún nivel estamos conectados, en algún segundo de "Hazy Paradise" él o ella se hacen nuevos y yo me hago de su supuesta antigüedad. No hay nostalgia. Convivimos ayer, en 2004, y sonreímos juntos como lo hubieramos hecho en 1971, como lo haremos en el 2010. Esas cosas me imagino cuando al fin decido ya dejar el pensamiento atrás.
No conozco las circunstancias bajo las cuales Gustav Mahler escribió su décima sinfonía, inconclusa, en 1910. Sólo existe el primer movimiento completo, y la grabación que estoy escuchando es originalmente de 1966, bajo la dirección de Leonard Bernstein. Todas esas tonterías importan porque escuchamos música que tiene ya no sólo décadas de edad sino siglos, interpretada por seres humanos que no son, en lo más mínimo, contemporáneos al imaginario que las produjo. Con relativo mecanicismo estas obras salen una y otra vez a relucir entre los públicos de diferentes tiempos, los cuales las reciben de distintas maneras. Mahler ya es un maestro reconocido, así que básicamente cualquier cosa que toquen de él va a ser bien recibida. El tiempo va consagrando a los compositores. En general no se conoce a Scott Johnson, pero todo el mundo ubica a Mahler, aunque sea en nombre. La décima sinfonía me deja inmerso en una cierta atmósfera esperanzada cuyo fondo es un mar gris... y ni siquiera puedo imaginarme una comparación con un hombre o una mujer de 1910, porque la obra nunca se estrena hasta que se graba en ve tú a saber qué disco, si no es que esta versión de 1966 que ahorita está tocando mi computadora. ¿Qué significa esta obra para mí? Nada. Me gusta, ciertamente, pero ya no encuentro sus palabras. Y si las fuerzo, entonces estoy matando a la música, la estoy atando a la hoguera de mi loco anacronismo. Mahler nunca habló entre nosotros; Scott Johnson habla para nosotros. Escuchar a Mahler (y cualquier compositor que no se acerque a nuestro tiempo) es, por lo tanto, extraño... se necesita tener una cierta actitud para ello. Porque, primero, pasa por el filtro cultural. Después y dentro de éste, por el de los intérpretes. Después, por el del ingeniero de audio. La situación se complica, tal vez innecesariamente. Por eso tal vez los chavitos tengan razón: la música clásica es aburrida, incomprensible, y obsoleta. Es un gusto adquirido. Y, a pesar de todo, esos mismos chavitos (pero no sólo ellos, yo también, todos) se regocijan en la repetición interminable de sus canciones "populares", son los primeros (ahora sí, ellos) en poner cara de "¿qué pedo?" cuando les muestras lo cercano a hoy, a Harry Partch, y sin irnos tan atrás, a Elliot Sharp, a Unsuk Chin. Supongo que tendré que conformarme con la idea de que de alguna forma toda esa música sigue vigente y viva, más allá de la notable influencia que ejerce sobre la que se compuso inmediatamente después, hasta nuestros días. Se acaba rápido, la décima sinfonía de Mahler. Pongo algo de Duke Ellington, y me pregunto exactamente las mismas tonterías.
Vínculos:
Paths, el primer disco de Mountains Became Machines, completo.
Hypnotic Underworld, de la banda japonesa Ghost.
La hora me tiene sin cuidado. Hay sol y en mis oídos canta no sé quién con una cierta delicadeza masculina. La edición del audio es como de hace treinta años; se nota en ese leve crack que perennemente cruje al dar cada instrumento cualquier nota. La guitarra se desplaza con precisa lentitud sobre un plano de tranquilo misticismo y se hace romántica, sumergiéndome en un disfrutar puro. Es similar a una intoxicación extasiada donde todo ese sonido se hace uno, inseparable, indistinguible, bajo, batería, teclado, lo que sea, como sea, ya no importa más, ya no se oyen más. "Hazy Paradise" es exactamente eso, y nada. ¿Para qué quererlo? Está ahí, eternamente inaccesible... pero yo lo siento. No lo vivo, es imposible, pero sí puedo vislumbrarlo con la mente, con el corazón, con un tercer ojo, no lo sé. De cualquier manera es un esfuerzo inútil. Me dejo llevar, recreando aquellos tiempos en los que Jimi Hendrix se postraba frente al cielo y frente a nadie. Con la cabeza colgando al aire en cámara lenta, miro la fecha de la pieza. 2004. La banda es Ghost, Japón, Hypnotic Underworld. ¿2004? ¿Japón? ¿Qué carajos? No es una banda de revival, no se dedican a los covers, a la nostalgia. Es curioso. Retoman algo de principios de los 70 y lo traen al ayer. Los 80 están ya (o todavía) lejos, y hoy es un buen día de 2004, con música de 2004, con gente de 2004. Claramente no siento lo mismo que algún superviviente de esa época de los 70, que recuerde con pasión aquello que escuchaba con la misma vitalidad que lo condujo a abrir los ojos ese día y dejarse llevar hasta el fin del universo. Pero en algún nivel estamos conectados, en algún segundo de "Hazy Paradise" él o ella se hacen nuevos y yo me hago de su supuesta antigüedad. No hay nostalgia. Convivimos ayer, en 2004, y sonreímos juntos como lo hubieramos hecho en 1971, como lo haremos en el 2010. Esas cosas me imagino cuando al fin decido ya dejar el pensamiento atrás.
No conozco las circunstancias bajo las cuales Gustav Mahler escribió su décima sinfonía, inconclusa, en 1910. Sólo existe el primer movimiento completo, y la grabación que estoy escuchando es originalmente de 1966, bajo la dirección de Leonard Bernstein. Todas esas tonterías importan porque escuchamos música que tiene ya no sólo décadas de edad sino siglos, interpretada por seres humanos que no son, en lo más mínimo, contemporáneos al imaginario que las produjo. Con relativo mecanicismo estas obras salen una y otra vez a relucir entre los públicos de diferentes tiempos, los cuales las reciben de distintas maneras. Mahler ya es un maestro reconocido, así que básicamente cualquier cosa que toquen de él va a ser bien recibida. El tiempo va consagrando a los compositores. En general no se conoce a Scott Johnson, pero todo el mundo ubica a Mahler, aunque sea en nombre. La décima sinfonía me deja inmerso en una cierta atmósfera esperanzada cuyo fondo es un mar gris... y ni siquiera puedo imaginarme una comparación con un hombre o una mujer de 1910, porque la obra nunca se estrena hasta que se graba en ve tú a saber qué disco, si no es que esta versión de 1966 que ahorita está tocando mi computadora. ¿Qué significa esta obra para mí? Nada. Me gusta, ciertamente, pero ya no encuentro sus palabras. Y si las fuerzo, entonces estoy matando a la música, la estoy atando a la hoguera de mi loco anacronismo. Mahler nunca habló entre nosotros; Scott Johnson habla para nosotros. Escuchar a Mahler (y cualquier compositor que no se acerque a nuestro tiempo) es, por lo tanto, extraño... se necesita tener una cierta actitud para ello. Porque, primero, pasa por el filtro cultural. Después y dentro de éste, por el de los intérpretes. Después, por el del ingeniero de audio. La situación se complica, tal vez innecesariamente. Por eso tal vez los chavitos tengan razón: la música clásica es aburrida, incomprensible, y obsoleta. Es un gusto adquirido. Y, a pesar de todo, esos mismos chavitos (pero no sólo ellos, yo también, todos) se regocijan en la repetición interminable de sus canciones "populares", son los primeros (ahora sí, ellos) en poner cara de "¿qué pedo?" cuando les muestras lo cercano a hoy, a Harry Partch, y sin irnos tan atrás, a Elliot Sharp, a Unsuk Chin. Supongo que tendré que conformarme con la idea de que de alguna forma toda esa música sigue vigente y viva, más allá de la notable influencia que ejerce sobre la que se compuso inmediatamente después, hasta nuestros días. Se acaba rápido, la décima sinfonía de Mahler. Pongo algo de Duke Ellington, y me pregunto exactamente las mismas tonterías.
Vínculos:
Paths, el primer disco de Mountains Became Machines, completo.
Hypnotic Underworld, de la banda japonesa Ghost.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)