sábado, 19 de enero de 2008

Los fans somos unos idiotas


Los géneros musicales son como Johnny Quest. Nunca sabes exactamente por qué están aventurándose en una isla del golfo de Bengala y cuando encuentran lo que están buscando Hadji dice algo así como “BUEN TRABAJO AMIGOS” y el capítulo se acaba. La siguiente vez que pones la serie en la tele, ya todos se olvidaron de la aventura pasada y el peligrosísimo ídolo de Wongo Mongo capaz de destruir al mundo en las manos incorrectas está… pues quién sabe, no importa ya, a lo que sigue, muchachos, ahora vámonos al Amazonas porque alguien descubrió al legendario indio de platino o algo por el estilo. Como Johnny Quest, los géneros son bastante entretenidos y divertidos. Pero, como la caricatura, hay un momento en el que ya hay que dejarse de locuras y dar el salto a la TERCERA DIMENSIÓN. Si no se acuerdan de esa versión de la serie que pasaban en el ‘Toon Network, sólo es necesario decir que las historias eran más “serias”: Hadji ya no hacía telekinesis y Bandido era un perro inteligente. Bueno no, pero el chiste es que había ya una trama subyacente, el asunto era más coherente y comprensible, y las aventuras en singular se hacían por ello un poco más interesantes. La situación con los géneros musicales es comparable. Nos enfrentamos a miles de géneros que van desde lo general de “Jazz” hasta lo más particular del “symphonic metal jazzcore fusión” que casi siempre consiste de… una banda en todo el mundo. El rompimiento de los géneros, sobre todo en la “música popular” (la clásica tiene mayor control sobre sus más locas producciones), es un fenómeno que podría parecernos malo en primera instancia, pero tiene también sus puntos a favor. Si bien en dado momento se convierte en una práctica elitista y pretenciosa, a veces ayuda a esclarecer la dirección hacia la que va algún grupo, conjunto, compositor, o lo que sea. Porque si yo te digo que Porcupine Tree es “rock progresivo”, ya te das una idea de qué es lo que puedes esperar, mientras que si te digo que The Locust es “Power Violence”, nos quedamos en las mismas, aunque un poco más pendejo yo por andar diciendo babosadas. Aún así te puedes imaginar qué significa “Power Violence”, y darte una idea que puede coincidir con la realidad o no. Las clasificaciones, entonces, obran de formas casi ilimitadas. A pesar de que podamos recordar bandas muy distintas bajo la mención de un solo género, casi siempre tienen una trama subyacente. El problema viene cuando las clasificaciones son tan específicas que parecen abstractas, una situación surreal bien ejemplificada con eso del “Power Violence”, o todavía más allá, el “Zeuhl”. Con la palabra Zeuhl ni siquiera puedes imaginarte nada, porque no significa nada. Este “género” salido de las entrañas de la banda francesa de rock progresivo Magma tiene al parecer muchos representantes, sobre todo en el buen Japón. Todos me suenan a Magma y todos hablan en el lenguaje bizarro que dicha banda inventó, ni siquiera japonés. ¿No hubiera sido mejor llamarle Magmaismo y ya? ¿Magma fans? ¿Magmamitas? ¿Género musical #4356? Géneros así son aventuras singulares que duran un episodio e inmediatamente pasan al olvido, aún dentro de la misma serie. Lo más interesante es que es posible que las bandas que conforman dicho género no serían tan inefectivas si hicieran que sus fanáticos las dejaran respirar. En efecto, son los fans los que limitan a todas esas bandas y les ponen nombrecitos raros para sentirse ellos más especiales, no los críticos de música. He visto a algunos en acción; los profesionales no se limitan a los géneros, sino a los conceptos detrás de ellos. El otro día pude ver en algún sitio, creo que uno de los blogs de popmatters.com, que un crítico apreciaba al grupo noruego Supersilent como “maestros del minimalismo electrónico”. Un random fan salió de la nada para decirle que él o ella “no los llamaría minimalistas…” y ahí lo dejó. ¿Qué los llamarías entonces, tarado/a? Probablemente Norwegian electro-madness. Yo qué se. Habiendo oído un disco de esta banda, puedo decir que el crítico no dijo nada fuera de lugar, y no porque yo sepa más que él y esté capacitado para acreditar sus afirmaciones, sino porque me parece lógico y coherente con lo que yo escuché. Si uno busca la banda en la red, está clasificada por el gran anónimo internetiano (un autor de alta categoría) como “electrónica/jazz improvisado/experimental”… a veces hasta “ambient”. No es por nada pero me gustaba más el término de minimalismo electrónico, simplemente porque te dice en qué consiste (electrónica) y cómo lo hace (minimalismo). Fin de la historia, no es necesario incluir absolutamente todos los detalles y aspectos de una banda en su etiqueta. Por supuesto, los críticos no se libran de la idiotez tampoco, y por eso luego descubrimos que Mudhoney era parte del grunge… sí, en tu planeta.

Por lo que he visto, a las bandas en general no les gusta meterse en las clasificaciones. Cuando les dicen a los de Mogwai que si se consideran post-rock, escupen tres veces a la derecha, giran sobre su propio eje y no miran el espejo durante ocho días. Así de mal se ponen, y cuando se dan la vuelta todos nos reímos de su vana inocencia y decimos “qué chido post-rock hacen estos weyes”. Ejemplos así los hay muchos, y a los artistas casi siempre les vale cacahuate su clasificación o sólo hacen un “roll-eyes”. Son, primero los críticos (quienes se salen de la contienda temprano al perder el interés) y posteriormente los fans (los cuales se quedan para siempre y hacen más daño) los que encajonan a las bandas, a veces impidiendo su crecimiento. Cuando me pasan una banda y me dicen “es post-rock” (el género que más escucho) ya no se qué esperar vagamente, sino que ahora se exactamente qué tipo de música voy a escuchar, con quién voy a compararla, y bajo qué circunstancias voy a disfrutarla. Eso de por sí ya es malo, porque es como un prejuicio muy bien establecido y según yo bastante profundo, pero peor aún es cuando las bandas hacen su propia música siguiendo el molde del cajón que pusieron no ellos sino los escuchas de los diferentes géneros. Eso es exactamente lo que pasa con mi favorito, ya mencionado, y es claro que ocurre también en el indie pop/rock, por más vago que resulte el término.

En el post-rock, las bandas nuevas hacen música en plena imitación de las que se han identificado como icónicas en el género. El problema es que estas últimas nunca han aceptado su estatuto como post-rockeras, y más bien lo rechazan. El argumento era que abarcaba demasiados estilos extremadamente diferentes, y así lo era en un principio. Lo curioso es que ahora la etiqueta es muy identificable, y se asocia fácilmente con cierto tipo de música. Godspeed You! Black Emperor y Explosions in the Sky no tienen nada qué ver, en lo absoluto, y hace un par de años yo también pensaba que eso del post-rock era una tontería. Pero sus herederos, desafortunada o afortunadamente, sí tienen una relación más directa; como exhibit A tenemos a Sparrows Swarm and Sing, una banda que imita (bastante bien) a Godspeed en su estilo épico pero toma elementos de la explosiva intensidad inmediata de Explosions. Son hijos de ambas bandas, y junto con otras, forman a la nueva generación (ahora que Godspeed ya no existe y que Explosions explora otras ideas) que se identifica plenamente, ahora sí, con la marca “post-rock” que tanto usábamos a lo pendejo para denominar ya cualquier cosa que sonara medio larga y sin vocales. Entraron a la alberca de hule espuma en traje de baño, mis chavos. Realmente no tienen nada qué aportar, y sólo muestran cómo todo el asunto se autodestruye porque quieren ser como el fan piensa que deben ser (cualquier cosa que suene medio larga y sin vocales, o pocas vocales). En mi opinión, las posibilidades de ese post-rock formulado por los seguidores y no los artistas se agotaron con Dash and Blast, la primera rola del disco Enjoy Eternal Bliss, de Yndi Halda. Esa rola para mí es muy hermosa, y hace uso de todo aquello que los fans decían que eran puntos en común para bandas tan distintas como las ya mencionadas (y que, en retrospectiva, no son tan en común como parecían). Eso fue hace ya un año, los síntomas persisten, y los críticos no saben ya ni qué poner en sus listas, como ocurre en el Top 100 del 2007 del sitio thesilentballet.com (algo así como especialistas en el asunto). Con decirles que Joy Wants Eternity, una banda que hubiera estado muy bien hace como cuatro años y que hoy en día ya suena mal, llegó a algo así como el número 20 en la lista con el disco que se tardaron quién sabe cuánto tiempo en sacar. Lo mejor de ese disco es la portada, porque no es un intento de ser lo que hubiera funcionado cuando éramos más jóvenes e inexpertos.

Creo que en el indie pop/rock ocurre algo similar, pero mucho más fuerte porque está también más difundido. Desde The Strokes (según yo antes de ellos el indie era más aventadón, tipo Yo La Tengo o Sonic Youth) ha surgido toda una moda, un particular “look” y estilo que lleva a la gente a escuchar a White Stripes y decir que les gustan aunque en realidad los odien. Aquí sí creo que ni tengo que mencionar nombres, porque todas las bandas que intentan ser los siguientes Franz Ferdinand están allá afuera dando conciertos hasta en el Salón 21. Pero con ellos es más evidente: se visten igual que sus fans, sus canciones se remiten a situaciones familiares a ellos, hacen la música que sus seguidores buscan porque es la que ellos mismos ya disfrutan a su vez. ¿Qué hay de malo en ello? Nada, realmente. Lo que intento decir es que siento que muchas de esas bandas pueden ser más de lo que se limitan a ser, y con ello, ampliar tal vez también el gusto de los fanáticos de los géneros, es todo. Si escuchan una banda más o menos famosa del indie como Death Cab For Cutie, se llevarán la sorpresa de que sus discos van cambiando progresivamente con el tiempo, a pesar de que con ello dejaron fans atrás, pero ganaron nuevos. No puedo decir lo mismo de los ya mentados Strokes, o una banda “one hit wonder” como Jet, estancados por siempre porque no quisieron despegarse de su fama de cinco minutos. Y los fans son tan culpables como ellos, porque en el momento en el que una banda distorsiona su sentido siempre hay gente que grita y hace berrinche porque el cambio no les parece, haciendo que algunas bandas realmente se asusten de llevarlo a cabo. El género se convierte en una especie de predestinación, y eso no es chido, porque yo no quiero que lo sea (¿hay mejor razón?). Tomemos el contraejemplo que es bastante auto-explicatorio: el jazz. Los jazzistas se dedican sistemáticamente a romper la madre de su género. Hasta el loser de Kenny G fue algo nuevo en su momento. Con sólo ver la trayectoria de los héroes del jazz como Duke Ellington, Miles Davis, Charles Mingus, Dizzy Gillespie, Django Reinhardt, etcétera etcétera podemos percatarnos de la inmensa variedad de sus estilos y la creatividad con la que atravesaron las barreras de las tradiciones que heredaban. En sus conciertos de “cool jazz”, Davis, el muy cabrón, se sentaba de espaldas a la audiencia y ni siquiera le decía el nombre de las piezas. Fuck the fans. Vean nada más hasta dónde llegó con sus locuras. En fin.

¿Qué hacer? Según yo, primero dejar de usar las clasificaciones más bizarras. Quedémonos con las generales, todo-propósito. No caigamos en la trampa de los géneros que etiquetan a las bandas, sino hagamos lo contrario, etiquetemos a los géneros por medio de las bandas. “Mogwai hace rock”, y no “Mogwai es post-rock”. Tachen de pendejos a los que se creen mucho diciéndoles que su género preferido es el mathcore electro improv, o algo por el estilo. Igual de pendejos son los que se ofenden si les dices que su banda favorita no es tan buena. Seamos fans, pero moderados, sin ser devotos ni grandes seguidores. Aceptemos que también las porquerías son gratas (esa rolita de L7, Pretend We’re Dead, cómo me divierte, y tanto el disco como la banda son una mierda). Con ello, podemos luego aceptar que una banda cambie, según nosotros haga porquerías, y siga con su evolución a cosas tal vez mejores; o tal vez no, pero ya no será de importancia, porque al menos ya los dejamos seguir con su camino. Hagamos de la música una serie padre con coherencia, y no un bonche de capítulos cuya relación recae únicamente en que manejan a los mismos personajes. Opinemos, discutamos, y critiquemos a los que se dejen manipular por los fanáticos de género. Antes era malo el que firmaba con las grandes disqueras, pero como están en proceso de descomposición, ahora es malo el que se deja vender a los caprichos de la gente que se dedica a componer clasificaciones y lucirse con los cuates porque disque sabe un buen. El paso siguiente sería desmantelar lo de los subgéneros junto con sus ideas soporte y guiarse solamente por las cualidades más sobresalientes de la música, como ocurre en la clásica contemporánea. En todo caso, démosle la autenticidad y libertad necesaria a nuestra música, y con ello creo que las bandas menos originales asumirán una posición que les permita serlo en mayor medida, porque ya no satisfarían al fan de género, ni al “especialista”, ni todos esos cajones que existen hoy en día, y por ello serían más grandes , ahora sí, gracias a nosotros, los fans.

miércoles, 16 de enero de 2008

maudlin of the Well y Kayo Dot

Metal astral. “¿Qué mamada es esa?”. Lo mismo pregunté yo. Lo bueno es que antes de encontrarme con esas dos palabras ya había escuchado la banda a la que hacen alusión y lo comprendí mejor, hasta me hizo sentido y dije “uy, pues me late.” Resulta que esa rareza de clasificación proviene, como siempre, no de la banda en sí, sino de quienes intentan darle una coherencia racional externa a su trabajo. Así, imagínense que son compositores, y como muchos de éstos, intentan hacer algo nuevo con su género preferido, en este caso el metal (si ya se que a algunos les costará trabajo imaginarse esta parte, pero háganlo o recojo mis juguetes en este instante). Les encanta el misterio y la idea de que en el mundo hay algo más allá de la razón, un algo de muchas variantes que podrían ser magia, caos y fenómenos realmente inexplicables repletos de posibilidades y violencia. John Zorn nos viene como anillo al dedo, como pueden ver, y sus pequeños debrayes acerca de la mística a través de un tipo de música que la refleje casi primitivamente son muy bienvenidos a nuestra casita imaginada. La casita tiene techo de tejas, por cierto. ¿Qué? Ah, sí. Entonces quieren hacer música que parta de ello, de la magia. Siendo un lenguaje, aunque en ocasiones sea ya pura matemática, toda la música que vayamos a componer tiene ya una base racional inevitable. “Pero espera”, dicen en su mente. “¿Qué hay de los sueños?” Su vivencia es equivalente a una experiencia real, después de todo, pero se encuentran en un lugar inexistente, funcionando bajo reglas que no podemos controlar y mucho menos comprender; son como la magia. “Y ¿cómo accedemos a ellos?” La respuesta está en el sueño lúcido. Por supuesto, entrenarse para ello leva muchísimo tiempo, y al parecer no es exactamente fácil de llevar a cabo. Sin embargo, eso es lo que van a hacer para componer música nueva.

El loco en cuestión ya no eres ni tú ni yo, sino Toby Driver, gringo de Nueva Inglaterra que formó la banda llamada maudlin of the Well precisamente con esas intenciones. Con ella hizo tres discos que en mi opinión son de lo más valioso y rescatable de la música popular de nuestros días, ya no digamos del tan gastado y débil género del metal. Sus canciones son en general realmente fuera de lo común y llenas, repletas, atascadas de detalles. La literatura acerca de lo onírico es también un elemento clave para estos discos, y tal como los sueños (más bien como a muchos de nosotros nos gusta verlos), están cargados de múltiples significados. “Si todo significa algo, ¿dónde quedó la magia y el misterio?”, dirán. El sueño lúcido es ya una forma de control, de racionalización que puede ser palpable para personas ajenas a uno, claro, pero el significado de un sueño permanece en el reino de lo personal y subjetivo. Por el simple hecho de haberles mencionado yo que hay cantidad de significados en las canciones probablemente empezarán a buscarlos y, por supuesto, encontrarlos, cuando si tal vez yo no hubiera dicho nada solamente hubieran escuchado y dicho “qué curiosa musiquita”. Perdón por sugestionarlos, pero es que me emocionan estas cosas. En todo caso, he ahí la magia y el misterio: el funcionamiento de la mente y de los sueños. Toby Driver, al fin que ya estaba de paso con esos asuntos, también usó técnicas más bizarras como las proyecciones astrales y los trances a través de mantras y meditaciones. Los resultados son muy interesantes, y se ve desde un principio en el tono experimental del primer disco de maudlin of the Well, My Fruit Psychobells…A Seed Combustible y desde la primera pieza, la cual comienza con guitarrazos a volumen y textura típicos metaleros… que siguen un tono más bien perteneciente al saxofón, el cual hace presencia también y explota con la misma fuerza haciendo dúo con las guitarras. La fórmula serenidad-violencia está por toda la obra de esta banda, y la usa con precisión y mucha intensidad. De cualquier forma, en una entrevista Driver aclaró que aunque usara todas esas técnicas fantásticas en su composición, ésta no era producto por completo de ello. Los sueños se nos escapan o se nos olvidan, las proyecciones astrales son más bien como orgasmos cerebrales y tormentas eléctricas en las que la percepción es lo primero que se va a tela de juicio, y los trances sólo hacen tabula rasa de lo que pasa en la imaginación cada momento. La idea era tal vez excelente, pero la ejecución probó ser todo un reto, uno que se sobrepuso a sus esfuerzos… con una excepción. En el tercer y último disco de maudlin, Leaving Your Body Map, encontramos la canción titulada Interlude 4, la cual fue la única pieza que después de años de trabajo pudo ser elaborada por completo con un sueño lúcido. Curiosamente es la canción más atractiva de ese álbum, y una de las mejores de la banda. Hay días en los que no puedo evitar sumergirme en esa rola y dejarme ir (y no hay nada de metal en ella, por cierto). Dentro de todo, y a pesar del aparente fracaso del proyecto, la obra de maudlin of the Well me parece muy rica musicalmente, llevada por la experimentación en un género que en general se cierra a ella, llena de insinuaciones, poder, locura, y viajes imaginarios. Lástima (o tal vez qué bueno) que al final sólo elaboraron tres discos: My Fruit Psychobells… a Seed Combustible (1999), Bath (2001), y Leaving Your Body Map (2001). Los tres se han dejado de imprimir y son difíciles de conseguir físicamente. Me gustaría mucho tenerlos, pero se me escapan o los dan muy caros. Lo bueno es que el INTERNET está dispuesto siempre al rescate. Les encontré Bath y Leaving, pero no pude dar con el primero. Si les interesa pídanmelo, porque sí lo tengo, pero me da hueva ponerlo en los servicios de hosting.

No les hablaré de la música en sí para no sugestionarlos más, y dejar que ustedes hagan lo que quieran con ella. A mí me encanta, y más Leaving. En todo caso les recomiendo empezar con Bath y luego ir con el otro. Lo mejor sería empezar por el primero, pero como no lo hay, pues ni modo. Los links están en los comentarios, por razones de seguridad nacional.

Antes de concluir es necesario mencionar que Toby Driver no terminó de componer al deshacerse maudlin of the Well. Al contrario, sigue hasta hoy en día; dejó el “esoterismo” a un lado y junto con la violinista Mia Matsumiya formó Kayo Dot, una banda todavía más experimental y menos rebuscada en algunos sentidos, mejor que maudlin en muchísimos aspectos fundamentales (empezando por el tipo de composiciones) y con una visión más racional, más fría, más clásica y efectiva. Su primer disco, Choirs of the Eye, es de mis favoritos, de lo mejor que he escuchado, neta, toda una obra maestra, allá arriba y conviviendo al lado de Toxic de Britney Spears y los narcocorridos. Fuera de broma, es un disco chingonsísimo y ampliamente recomendable si les gustan estas cosas. Para hacerles una pequeña comparación de las experimentaciones, Radiohead es como yo en la secundaria descubriendo cómo poner las aguas de colores en separaciones visibles dentro del matraz mientras que Kayo Dot es mi papá describiendo en puras fórmulas todas las reacciones que el ión de europium tiene cuando le echan láser verde en un ángulo obtuso. Por lo que he leído, algunas personas encuentran Choirs of the Eye indigerible (tomen alka-seltzer, jotos), otros lo hallan vano y sin sentido, otros completamente horrible y una muestra más de la desgracia de la música de nuestros tiempos, y algunos, como yo, una experiencia verdaderamente única. Cada quién. Porque aunque Choirs es memorable, el segundo disco de Kayo Dot, Dowsing Anemone With Copper Tongue, me parece plano, demasiado largo, y ya tirándole a las pendejadas. A otros les parece otra obra maestra, así que qué importa.


Escuchen Choirs, (también les puse un link) disfrútenlo y déjense llevar por la fría locura de Toby Driver fijándose en cómo se acerca al jazz, a la música clásica, y cómo combina todo en un paquete medio metalero que en ejecución es impactante y francamente maravilloso. Y si no les gusta, pues córtenlas. Bueno ya váyanse, o algo.


jueves, 10 de enero de 2008

In Rainbows


Me acabo de enterar que Radiohead puso su famoso disco In Rainbows a la venta en formato físico hace como una semana… con material extra, que no se puede conseguir oficialmente en su modelo “paga lo que quieras” en línea. Apesta, y por varias razones, no sólo la aparente injusticia cometida a aquellos que realmente pagaron buen dinero (fans, más que otras personas) para adquirir el disquito en mp3. Yo, sin ser fan de Radiohead, pagué lo equivalente a cien varos para escuchar su música y lo hice también precisamente porque el suyo es uno de los primeros modelos en los que el dinero aportado va directamente al artista. “¡Qué padre!”, pensé. “Mi dinero no se va a dividir en mil de tal forma que a los músicos les lleguen finalmente sólo tres centavos. Va completo”. Así que salté junto con todos al ‘bandwagon’, como dicen en inglés. Lo que siguió fue un tanto decepcionante. Primero, un mp3 a 160 kbps no es, ni de cerca, lo mismo que un CD, y la percepción de ello es obvia y clara. No tuvieron la decencia de llegarle a los 192 kbps, una calidad a la que ya notar la diferencia con el disco se hace difícil y que en los convertidores de mp3 es tan sólo el paso siguiente a 160 kbps. “Bueno.”, lo dejé pasar. Abrí el archivo comprimido en el que venía mi “disco” y descubrí que no tenía nada más, ni siquiera la portada en una simple imagen de bitmap o algo así de culero. Nada, pelones los mp3, que ni siquiera traían buen tagging (¿dónde quedó el año?). “Vamos, son detalles, cosa de nada, no seas exagerado.”, pueden decirme. Pero no, no son cosa de nada, son de hecho los detalles que implícitamente vienen con la compra de cualquier disco, estés pagándole la mitad del dinero a la Mixup o contribuyendo directamente a la cartera del artista. Empezando por ahí, hasta el viejo sistema de comprar CDs se luce. Mi vano enojo incrementó cuando supe del método de venta que había adoptado el hip-hopero Saul Williams para su disco The Inevitable Rise and Liberation of Niggy Tardust. En su sitio, le da a los interesados dos simples opciones: bajar gratis el disco, o pagar por él. Si decides bajarlo gratis, el paquete de mp3 viene codificado a la buena calidad de 192 kbps, e incluye la portada del disco y algunas partes del arte del libreto, además de las letras de las canciones. Si decides comprarlo por el módico y fijo precio de cinco dólares, el paquete es casi el mismo con la diferencia de que el mp3 es de 320 kbps, una calidad ya prácticamente indistinguible de un CD, y el libreto completo listo para ser impreso (y no hablemos de una banda como Phish que vende sus discos en línea en calidad FLAC, o “lossless”, que ya viene siendo lo mismo que un álbum en forma digital). Eso sí es “ofrecer un disco” en Internet, y no mamadas. Por supuesto, siendo hip-hop, nadie en los ámbitos “más serios” de la escena musical compuesta por gente como nosotros cuyo interés en la música es algo más pronunciado que el de aquellos que tienen mejores cosas que hacer, como oírla y disfrutarla, le hizo caso. No le ayuda que es alguien relativamente desconocido en el mundo del hip-hop, aunque lleve veinte años componiendo (como siempre, podemos culpar al gangsta rap). Yo me enteré de su proyecto sólo porque mientras surfeaba las altas olas de la red a algo le piqué relacionado con Trent Reznor, de Nine Inch Nails, que me llevó al sitio de Saul Williams. Una locura, pero uno supondría que siendo el Internet, estas cosas tendrían mucha mayor difusión, y más considerando la atención que obtuvo In Rainbows. El cual, hablando de ello, me terminó por parecer una completa farsa al enterarme de su salida a la venta en estos días, con su bonita cubierta, su bonito libreto, y su bonito material extra. A eso sí se le llama chingarse ya no sólo a los que les gusta Radiohead, sino a los fans que le entran hardcore a las cosas que hacen (y los hay muchos). Nos dan una mierda (¡es que es gratis!) y luego nos dicen que pues, a fin de cuentas, mejor si cómprennos el pinche disco, pretty please. Vale madres que lo hayan publicado a través de una disquera independiente (¡yay! ¿a fin de cuentas, quién chingados es VT Records?), porque el error está ya hecho. Espero que para la siguiente lo hagan bien, y ofrezcan el disco completamente gratis para que lo pruebes, así de mierda como lo sacaron, y una segunda opción de comprarlo (físicamente, si quieren), por si vale la pena. Siendo Radiohead, es probable que lo valga, de todas formas. “Exacto, ¿qué hay de la música? Echas pestes de su (oh tan) innovador sistema de ventas pero no hablas de lo importante, de la música.” Muy bien, lector imaginado por mi particular esquizofrenia y que pregunta convenientemente las preguntas que a fin de cuentas voy a resolver, pero que necesitaba una muleta para expresarlas rápidamente, hablaré de la música.

Algunos dicen que es disco del año. Algunos dicen que es el mejor disco de Radiohead a la fecha, y que les recuerda a los viejos tiempos de The Bends. Qué importa y qué mas da, todos escuchamos cosas diferentes a lo largo del año, y más importantemente, todos tenemos gustos bien distintos (Ire Works, de Dillinger Escape Plan, puta, ¡discazo del añísimo!). Así que de tales motivos no puedo hablar, ni puedo discutir. Lo bueno es que sí puedo hacerlo del disco en sí, sin tener que entrar en esos desmadres… mucho.

Comienza todo con 15 step, una canción marcada muy claramente por el estilo de Radiohead que acuñó en los noventa y que perfeccionó en OK Computer, lleno de una simplicidad en ejecución que es tan sólo aparente, pues siempre hay algo más atrás… ¿o no? En este caso, no veo cómo 15 step vaya más allá de ser una canción que se reduce a (¿o engrandece a?) algo familiarmente entretenido, con los detalles electrónicos ya recurrentes en los últimos discos de Radiohead pero con un giro más a lo Idiotique del Kid A cargado de dramatismo que a lo Hail to the Thief como “mejora” del sonido del rock que no se atiene a las fórmulas típicas, algo que esta banda sabe hacer bien. El resultado está bueno para mover el pie, pero no realmente para interesarnos. Bodysnatchers es como la continuación lógica de 15 step, entrando de lleno a un tiempo rápido que se maneja bastante simplemente y en el cual todos los instrumentos involucrados sirven el propósito de producirnos algo de urgencia y extrañeza (y la triste voz del Yorke es el mejor efecto), anticipando un final explosivo y demasiado corto que nos introduce a la intranquila lentitud de Nude. Para ser una banda “de detalles”, hasta el momento no estoy impresionado. Por suerte, Nude es una canción cuya fortaleza reside precisamente en los detalles y no tanto en el tema general. La adición de cuerdas (electrónicas) y otros efectos de sonido que nos remiten a ellas, utilizadas precisa y escasamente como complemento a la voz de Yorke, nos presentan un ambiente melancólico que nos lleva, nos lleva sin pensarlo dos veces. Esta efectividad es sobresaliente, y me gustó mucho encontrarla en un tema rock-anti-rock casi típico de esta banda. Retoma la rapidez Weird Fishes/Arpeggi, el cual es como una combinación de Nude y 15 step muy bien lograda; me podría perder en los detalles pero los temas dominantes son recordables, distintivamente frágiles y limpios, sin nada de ese riffing destructivo del rock al que podríamos estar acostumbrados. Pero eso no son nuevas noticias, ni algo limitado al estilo de Radio-cabeza. Algo de notar en esta canción es el uso de la voz, ya llegando al final, en una forma casi oriental muy introspectiva que nos llena de angustiado misterio. Y llega entonces All I Need. Dios, qué porquería. Es un intento, al estilo Radiohead, de armar una canción tipo post-rock repleta de anticipación por un final fuertemente emotivo y lleno de pasión. Para la música que actualmente hay por ahí, el tema de innovador tiene lo que yo de crítico de música. O sea, nada. Yorke intenta demasiado seriamente sonar afligido y roto, por lo que termina escuchándose como un chillón que apasionadamente echa la hueva mientras llora sus desgracias viendo, no se, MTV mientras se toma su Redbull. El intento por hacer del final algo memorable cae al suelo no porque el arreglo sea malo, o la combinación de sonidos sea incoherente, sino porque antes de él, la canción no produce ningún tipo de anticipación, ninguna tranquilidad o seguridad en el escucha que de un momento a otro se romperá trágicamente produciendo lágrimas. Sólo escuchamos a Yorke quejarse más débilmente de lo acostumbrado (ya que lo maten, o algo) acompañado por un temita olvidable. Faust Arp es la siguiente pieza, y es de aquellas en las que el botón de “Fast forward” llama como la sangre (haha). Bandas como Tool hacen uso de esas pendejadas cuyo punto es “darle coherencia al disco como un todo”, supuestamente evitando que el álbum sea visto como una mera compilación de canciones. Dichas pendejadas consisten en hacer una brevísima composición insignificante y pretendidamente ambiental que más bien termina rompiendo con la unidad del disco en lugar de aumentarla; y donde Tool falla con sus pretensiones, bandas como The Mars Volta tienen éxito al realmente configurar cada canción como parte de un todo perceptible, en lugar de intentar unir las piezas con otras menores, débiles, aburridas, e insensatas. Desafortunadamente Radiohead está en el punto medio, con una rola que no es ni lo suficientemente corta para ser insignificante, ni lo suficientemente presencial como para ser parte integral del disco. Reckoner, el siguiente tema, levanta un poco la cabeza sobre Faust Arp para decir que no, que el disco sigue. Aún así, esta continuación no es tan grata como yo esperaba, y el uso de las cuerdas en momentos que se considerarían dramáticos, con el obvio propósito de resaltar su intensidad, resulta soso y muy cliché, dejándonos pensando por qué en Nude les dieron tan buen uso y ahora andan haciendo cochinadas. Esta rola no es tan mala, y el uso del sonido de un pandero es interesante, pues le da un toque bonito de “báilame” que no es relativo al baile de la música electrónica o hasta el dance rock. Pero ESAS CUERDAS, oh dios, las malditas cuerdas. Bueno, el disco continúa con House of Cards, una canción de ritmo rockerón arreglada de tal forma que parece lenta. Hacia la mitad el tema va aterrizando con un estilo muy a la forma del space rock, con la guitarra dando largas y lejanas notas que siguen el tono distante, obscuro y con eco de la voz de Yorke que nos lleva a una cierta tranquilidad introspectiva, perdidos y flotando en nuestro propio espacio. Está muy bien construida (nada de rompimientos y riffs, nada de cuerdas intentando hacerle al rock dramático), y junto con Nude es un punto bastante alto para el disco. Jigsaw Falling Into Place es la penúltima canción, y es como un ejercicio en Radiohead-ez. Neta, me sonó como a algo salido de Amnesiac de repente, luego a Hail to the Thief , por acá un poco de Kid A, y dale con las pinches cuerdas. Por lo menos aquí están mejor colocadas. Nada sobresaliente, más bien es una canción mediocre de rock que, eso sí, suena muchísimo a Radiohead. Con cuerdas.

Videotape es mi canción favorita del disco. Su base está en el piano, seguido por la voz, sombría y tristemente dulce. Escuchamos la melancolía semi-orientaloide de un canto casi coral mientras la batería hace un arreglo compuesto por golpes rápidos que no nos dejan descansar en nuestra soledad. A mí me remitieron a la noche, no se por qué. Los grillos o algo. Simple y efectiva, Videotape no cuenta con que nos interesemos en detalles, en pensar qué ocurre con la música, sino que cuenta con que por puro sentimiento creemos nuestro ambiente y nos encontremos inmersos en nosotros mismos. ¿Ambiental? Tal vez. Lo que sí es que sin usar trucos baratos (sí, las estoy viendo, cuerdas), ni pretender armar la canción a partir de múltiples detalles dejando que los temas dominantes se presenten casi inesperadamente por sí mismos, Videotape es decididamente triste y emotiva. Muy bien.

En total, In Rainbows no es ni muy innovador ni especialmente poderoso. En cuanto a Radiohead, la innovación vino con OK Computer, y el poder vino con Kid A. Siento que este es un disco más bien para fans, no tanto para el público en general, por varios motivos. Uno, en general sí da la vibra del material más lejano de Radiohead, como The Bends, sin tener mucho en común con el más cercano cronológicamente pero más fallido Hail to the Thief. No rompe con el mainstream estableciéndose paradójicamente en el mismo como los primeros dos discos mencionados en este párrafo, uno por su arreglo de rock en forma inventiva y original combinándolo con electrónica y riffs realmente fuera de lo común, y el otro por su dramática presencia conducida por un rock que logra el mismo nivel de energía y dinamismo sin usar las fórmulas convencionales para hacerlo. Lo que In Rainbows hace se queda corto, simplemente porque todo ello ya había estado antes tanto en Radiohead como en otras bandas más nuevas y con otras ideas. Después del fiasco de Hail to the Thief, realmente no creo que la banda haya tenido la intención de llegarle a sus obras más emblemáticas y superarlas. Esto se me antoja más como un álbum dedicado a los fans, los cuales seguramente adorarán el disco porque revitaliza lo que aparentemente ya se había perdido. Para todos los demás, es un CD más de una de las grandes bandas de nuestros tiempos que aunque ya perdió su chispa y su relevancia está en entredichos cuando se trata de la actualidad, todavía nos mueve a escucharlos y decir “está chido.” Lo bueno es que gracias a cosas como esto del Internet hoy somos un poco más sabios que ayer, y conocemos obras de mayor complejidad, cargadas con más significados, más originales, más desafiantes al oído o tal vez más digeribles, más comprensibles, más bailables. Son todas buenas opciones, y en mi opinión, mejores que In Rainbows, aunque de verdad es un buen disco, pero definitivamente no el mejor de Radiohead ni el más significativo. Fuera de eso y retomando el primer punto de este post, la pinche farsa de comprar la cajita me lleva a pensar en no comprar ni madres y robarme vilmente el disco de Internet, a buena calidad, y con todo y su jodido material extra. Les pagué varo por lo que resultó ser una mierda de prueba, después de todo. Espero que no la vuelvan a cagar, al igual que espero que más artistas adopten un modelo parecido al de Saul Williams, o al menos buscar ventas a través de sitios como CD Baby y las disqueras independientes.